en una hora del día, entre autos y gritos de alguien desesperado.
No recuerdo exactamente a donde me dirigía, pero tampoco es que le importe;
creo haberme tropezado con alguno de esos
reflejos suyos que suelo ver en algunos cuerpos lánguidos que se van arrastrando por el pavimento.
De repente entre el humo negro de los
autobuses se dibujaron sus dedos;asomados por una ventana.
Aquellos dedos que me vinieron de
golpe, recordándolos tocar teclas de un piano inexistente,
aquellos deditos que
compusieron melodías sobre mis costillas, sobre mi boca y mis nalgas.
Aquellos dulces trozos de carne y
hueso que están adheridos a sus manos, a sus pies, a su cuerpo, a mi piel.
Puff; la piel se eriza, la sensación
de su dedo índice resbalar por el centro de mi espalda;
que escriben notas suicidas en mi cuello y que desdibujan mis ojos.
Sus dedos que recorriendo mis piernas se tropezaron con lunares que bordearon para seguir su camino;
sus dedos, sus deditos
de chico bien aseado.
Esos dedos, esos mismos dedos que en cada surco de su huella tienen un pedacito de recuerdo. Aprovecha esas insípidas imágenes guardadas en tu memoria y tristemente reproducidas por tu cerebro para no olvidarme antes que, siquiera, se aproximen a mí esos dedos suyos a borrarlas por completo!
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