Quererte en tu mal genio, en tus abandonos eternos, quererte
mientras me dejas en el ocaso esperando por un amanecer a tu lado.
Adorarte tanto mientras desees otros cuerpos, mientras
contemples otros ojos.
Quererte
tanto; tanto como Frida quiso a Diego; y abandonarme en tu nombre, en el
recuerdo de tu sonrisa. No, en tu sonrisa misma.
Porque es tu
pelo a veces sucio y polvoriento una noche con lluvia de estrellas, porque eres
un nacimiento esperado, una alegría de toda la vida. Eres un amuleto que llevo
atado a mi alma.
Eres la última
oración de un libro; que me carga de aire el interior y me hace estallar con un
punto final.
Eres un
arcoíris de actitudes que me gustan, eres como alguien perfecto, estando lejos
tu ser de dicha definición.
Entonces; quererte,
amarte como Frida quiso y amo a Diego, de una forma ciega y tan clara; una
ceguera blanca.
Quererte en
el concepto que conforman las letras de tu nombre. Quererte a gritos, en
silencios y en ausencias. Quererte mientras me miras, me desnudas y somos uno;
un cuerpo, una silaba, incluso cuando somos una nota, un “do”.
Quererte como
Frida quiso a Diego; sabiendo que también así me quieres o tal vez no, o tal
vez tienes aventuras constantes físicas o imaginarias, o simplemente si me quieres, puesto que nuestro nombres unidos forman una eternidad.