La salida del sol inicia con la muerte de
la noche, con su desangrar desde las horas. Pero a tus ojos no les importa,
soportan la agonía de una luna que decora y esperan con regocijo la salida de
un sol que desfila por una ventana, porqué les gusta el amanecer entre hojas,
entre silencios, entre nubes vírgenes.
A tus ojos los cautiva la vida; tan
natural, tan simple, tan salvaje, tan instinto, pero son tus ojos a la vez vida
misma, reflejo de días buenos y tristezas pasajeras.
Y son tus ojos rodeados de pestañas los que
van clavando miradas sobre la piel, a veces sobre mi piel, sobre la grava,
sobre los árboles y uno que otro imbécil.
Aquellos ojos son los que disfrutan las
primeras horas del día sin tenerle duelo a una noche muerta, una noche que observaron
silenciosamente.
Esos ojos de tiempo congelado que suele vivir entre líneas, que
saben ver a la música y a los fantasmas del arte. Esos ojos que hipnotizan sin
la menor intención de herir. Esos ojos de felicidad eterna para quien los
contempla, para quien en algún día le pertenezcan.
A Jiménez por su onomástico.