Soy la sombra de tus manos en la pared, curvas que manejas a
tu antojo. Al ritmo de la noche nos materializamos en actos puros, en actos de
extrema delicadeza y placer.
Somos dos cuerpos ubicados en una superficie que se mancha,
que se empapa cada vez más de gritos, de caricias, de gestos.
Son nuestros cuerpos sólidos los que se enlazan, los que se
hablan, callando a nuestras bocas, obligandolas a la misericordia de lo
arcaico, de gritos de hombres no evolucionados.
Creamos el deleite al espectador omnipresente con sombras
mágica, con movimientos únicos.
Somos una sola figura carente de sentido, somos felices en
el borde del dolor.
Un mordisco. Un chasquido de dedos. Nos consumimos en un
mirar profundo, en un examen silencioso de nuestra piel, a todo lo que
somos.
Ahora, allí en la felicidad de los pupilas, nos miramos, nos
comemos sin ponernos ni un solo dedo. Nos reiniciamos y volvemos al principio.
A la prehistoria del cuerpo, del instinto.