Te imaginaste en una noche sin estrellas, con una luna opaca, dibujando mis huesos. Le dabas forma a mis caderas, firmeza a mis muslos, suavidad a mi pecho, una hermosa textura a mi boca. Con sutil agilidad formaste cada uno de mis dedos, mis ojos te tomaron tiempo, mis cabellos eran cientos de piolines de tu color preferido.
Me volví solida entre tus manos.
La noche oscura transcurrió lenta y pesada,
fueron tus dedos los que desde lo más bajo de mi cuerpo le dieron los toques
finales a todo. Comprobando la existencia de cada parte.
Tu boca inquieta subió desde mi vientre a jugar
dulcemente en mis pezones, en cada uno tomo su tiempo, lamiéndolos con
extremada velocidad luego tus labios se posaban sobre ellos, mordiéndolos
suavemente en intervalos pequeños con los dientes, te deslizaste a mi cuello y subiste a mi boca.
Tus labios en guerra contra los míos, tu lengua
queriendo apoderarse de todo, la cual se fundía con la mía en una sola,
formando un torbellino de placer inconmensurable. Caricias iban y venían, como
ataques que cortaban el aliento y ponían
en guardia los fragmentos de la piel, extendidas por cada región de mi cuerpo paralelamente con la seducción de los
besos.
Tus manos se posaron nuevamente en mis caderas
haciendo pequeños giros con tus dedos en mi vientre, los cuales poco a poco
alcanzaban mi sexo. Sentí una corriente indescriptible en mis muslos que me
prohibía no conocer ese placer.
Nuestro juego perverso y coqueto, nuestro
temporal paraíso terrestre, lleno de caricias cargadas de lujuria, manteniendo una
mirada cómplice de amantes ardientes de pasión y placer.
Sentí tus besos y tu lengua recorriendo el
fino camino de mi espalda y como poco a poco llegaba a mis nalgas, a las cuales
se aferraba con firmeza. Sentí como mis bellos se erizaban.
Tus dedos en mi sexo, rozándolo suave y
sutilmente, provocándome jadeos de placer. La dulce masturbación no tiene
precio.
Colaboración: Jhonatan Ramirez